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Los días tras la trágica noche en que Antonio creyó haber perdido a Gabriel se sumieron en un velo de confusión y dolor. Sin embargo, una verdad más profunda y perturbadora comenzaba a surgir.
Antonio, envuelto en su tormento, no lograba entender por qué, a pesar de haber estado con otro hombre y haber huido, Gabriel continuaba apareciéndose en la casa, comportándose como si nada hubiera ocurrido después de aquel día. Era Gabriel quien, a pesar de la tragedia, parecía seguir adelante con su vida, su presencia en la casa era más constante que nunca, aunque cargada de un silencio y una distancia inexplicables.
La verdad comenzó a revelarse una tarde cuando Antonio, hurgando entre los manuscritos de su novela inacabada, encontró una serie de cartas y diarios de Gabriel que nunca antes había visto. Las palabras de Gabriel, impregnadas de amor y desesperación, contaban la verdadera historia de lo que estaba sucediendo.
Gabriel escribía sobre Antonio con una mezcla de admiración y profundo dolor. Relataba cómo Antonio, obsesionado con escribir la novela perfecta, se había aislado del mundo, sumergiéndose en un mar de soledad y melancolía. La revelación más desgarradora vino al final de uno de los diarios: Antonio había muerto, víctima de su propia obsesión, dejando a Gabriel solo, tratando de reconstruir su vida en medio del duelo.
La realidad de Antonio como un espíritu atrapado entre dos mundos, incapaz de aceptar su propia muerte, lo golpeó con la fuerza de un huracán. Su presencia en la casa, su interacción con Gabriel de la cuál no obtenía respuestas, todo había sido el último intento de su alma de aferrarse a la vida, a su amor por Gabriel, a la novela que nunca pudo terminar.
Gabriel, por su parte, había intentado seguir adelante, su “infidelidad” no era más que un esfuerzo por encontrar consuelo, por llenar el vacío dejado por la muerte de Antonio hace varios años. Las pruebas de engaño que Antonio había encontrado eran misivas de desahogo, escritos donde Gabriel plasmaba su dolor, su lucha por continuar viviendo mientras mantenía viva la memoria de Antonio, su eterno gran amor.
Con esta comprensión, Antonio se enfrentó a la realidad de su existencia espectral. Las manifestaciones de su presencia, que él creía actos de amor y conexión, eran ecos de su negación a aceptar la muerte. La comunicación entre ellos, lejos de ser un puente sobre el abismo de la muerte, era el reflejo de la lucha interna de Gabriel por sanar.
Una última noche, en un acto de amor supremo y aceptación de su realidad, Antonio se despidió de Gabriel. En un susurro etéreo, impregnado de todo el amor y la gratitud que su alma podía contener, le permitió a Gabriel la libertad de seguir adelante, de encontrar la felicidad más allá de su memoria. Antonio, liberándose de los lazos terrenales que lo retenían, se preparó para su propio viaje hacia el más allá, dejando tras de sí las páginas de su novela inacabada como el último testimonio de un amor que, incluso en la muerte, buscaba redención y paz.
Así, la casa en Valmora, testigo de su amor y sufrimiento, se convirtió en el santuario de sus últimos momentos juntos, un lugar donde las palabras no dichas encontraban por fin su voz, y donde el adiós se convertía en un puente hacia nuevos comienzos. En el silencio de la noche, Antonio se desvaneció, dejando atrás el mundo de los vivos, llevándose consigo los recuerdos de su gran amor por Gabriel, libre de dolor y pesar, podía florecer eternamente.
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