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Había una vez una niña llamada Lucía, quien vivía en un colorido pueblo junto al mar. Lucía era una niña inteligente y creativa, pero tenía un problema que la preocupaba mucho: su ansiedad.
Cada vez que Lucía se enfrentaba a una situación nueva o desafiante, su corazón comenzaba a latir rápidamente y su mente se llenaba de pensamientos preocupantes. A veces, sentía un nudo en el estómago que la hacía sentir muy incómoda.
Lucía deseaba que alguien pudiera entender cómo se sentía, pero a menudo se encontraba sola en su batalla contra la ansiedad. Las personas a su alrededor le decían que simplemente se calmara o no se preocupara tanto. Pero Lucía sabía que su ansiedad no era algo que pudiera controlar fácilmente.
Un día, mientras caminaba por la playa, Lucía encontró una pequeña concha brillante y decidió guardarla en su bolsillo. La concha parecía susurrarle algo, como si tuviera un mensaje para ella.
Esa noche, mientras sostenía la concha en sus manos, Lucía comenzó a sentirse tranquila y segura. Cerró los ojos y dejó que los sonidos del océano la envolvieran. Fue entonces cuando una suave voz resonó en su mente.
Querida Lucía, susurró la voz, tu ansiedad es como el oleaje del mar. A veces es fuerte y agitado, pero también puede ser calmado y sereno. No trates de luchar contra ella, sino aprende a fluir con ella.
Lucía abrió los ojos sorprendida y sintió una sensación de alivio. Comprendió que no tenía que luchar contra su ansiedad, sino aceptarla como parte de sí misma y aprender a manejarla de manera saludable.
A partir de ese momento, Lucía decidió buscar herramientas para ayudarla a controlar su ansiedad. Aprendió técnicas de respiración profunda, meditación y expresión creativa. Comenzó a hablar abiertamente sobre sus sentimientos con sus seres queridos y encontró un terapeuta que la apoyaba en su camino hacia la calma interior.
A medida que Lucía aplicaba estas herramientas en su vida diaria, comenzó a notar cambios positivos. La ansiedad ya no la dominaba tanto y podía enfrentar las situaciones desafiantes con mayor confianza.
Un día, Lucía decidió compartir su experiencia con otros niños que también luchaban contra la ansiedad. Organizó talleres donde enseñaba las técnicas que había aprendido y les recordaba que no estaban solos en su batalla.
La moraleja de esta historia es que la ansiedad no define quiénes somos. Todos tenemos la capacidad de enfrentar nuestros miedos y encontrar la calma dentro de nosotros mismos. Al buscar apoyo, aprender técnicas de manejo de la ansiedad y compartir nuestras experiencias, podemos encontrar la fuerza para superarla y vivir una vida plena.
Lucía descubrió que, a pesar de su ansiedad, era una niña valiente y creativa. Aprendió a disfrutar del presente y a encontrar la belleza en cada momento. Y así, siguió su camino, recordando siempre que su ansiedad no la definía, sino que ella tenía el poder de superarla y encontrar la paz interior.
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