C1: La Semila de la Desconfianza


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Alejandro pasaba la mayoría de sus días entre las flores y las hierbas de su extenso jardín en Valverde, un pueblo acunado entre montañas que cortaban el horizonte con su majestuosidad. A él le gustaba especialmente el área dedicada a las plantas exóticas y únicas. Entre ellas, destacaba el acónito, una planta que mantenía en secreto por su venenosa belleza. Alejandro conocía bien la dualidad de la naturaleza: bellas pero mortales.

Mateo, por su parte, se perdía entre los libros y los secretos que guardaba la biblioteca del pueblo. Su trabajo como bibliotecario le permitía sumergirse en mundos distantes y épocas pasadas, algo que siempre compartía con entusiasmo con Alejandro al final del día.

Una tarde de otoño, mientras Alejandro podaba cuidadosamente las rosas trepadoras, Mateo llegó a casa más temprano de lo habitual. Su semblante era serio, algo inusual en él.

—He estado pensando —comenzó Mateo, apoyándose en la cerca que delimitaba el jardín.

—¿Sobre qué, amor? —Alejandro no levantó la vista, concentrado en no dañar los tallos.

—Sobre nosotros y sobre lo que queremos en la vida. Creo que necesitamos hablar.

Alejandro dejó las tijeras de podar en el suelo y se limpió las manos en el delantal.

—Claro, hablemos. ¿Pasa algo malo?

Mateo miró hacia el suelo, luego hacia las montañas, como buscando las palabras correctas.

—No exactamente malo, solo es complicado. Pero será mejor después de la cena. ¿Te parece bien?

—Como desees —respondió Alejandro, aunque una sombra de preocupación cruzó su rostro.

Esa noche, después de una cena donde predominó un inusual silencio, Mateo ayudó a limpiar la mesa, evitando la mirada inquisitiva de Alejandro.

—Vamos al salón, creo que estaremos más cómodos para hablar ahí —sugirió Mateo.

Sentados en el sofá, con una pequeña lámpara encendida que apenas disipaba la oscuridad de la habitación, Mateo tomó las manos de Alejandro.

—Quiero que sepas que te amo. Eso nunca ha cambiado ni cambiará —dijo Mateo con voz temblorosa.

—Mateo, me estás asustando. ¿Qué sucede?

—Es solo que he estado sintiendo que necesitamos un cambio. Nuestras vidas son maravillosas aquí, pero a veces me pregunto si hay algo más que podríamos estar haciendo. Tal vez en la ciudad, o en otro país

Alejandro retiró sus manos suavemente.

—¿Estás hablando de dejarnos?

—¡No! No es sobre dejarnos, es sobre crecer juntos, en otro lugar, quizás. Quiero que lo consideremos, eso es todo.

Alejandro asintió lentamente, aunque no convencido. Decidieron dejar la conversación para otro momento, cuando los ánimos estuvieran más calmados. Mateo se retiró a la cama, mientras que Alejandro decidió dar un paseo nocturno por su jardín para aclarar sus pensamientos.

Al día siguiente, Alejandro estaba en su invernadero, reubicando algunas plantas jóvenes, cuando escuchó voces provenientes del exterior. Curioso, se acercó sigilosamente a la ventana entreabierta por donde las voces flotaban con claridad.

— no podemos seguir así, tenemos que terminar ¡YA! —decía Mateo con urgencia.

—Entiendo, pero debes ser cauteloso. Alejandro no debe sospechar nada hasta que esté todo preparado —respondió una voz femenina que Alejandro no reconoció.

El corazón de Alejandro se detuvo. ¿Estaba Mateo hablando de terminar su relación? ¿Y quién era esa mujer con la que conspiraba? Sin poder contenerse, Alejandro dejó el invernadero y se dirigió hacia la biblioteca, donde sabía que Mateo estaría terminando su turno.

Al llegar, vio a Mateo despidiéndose de una joven mujer con cabello castaño que no reconoció. Al ver a Alejandro, Mateo se sobresaltó ligeramente.

—Alejandro, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar en casa?

—Podría preguntarte lo mismo —dijo Alejandro, su voz más fría de lo habitual—. ¿Qué esta pasando?

Mateo frunció el ceño, confundido.

—Ella es Clara, la nueva asistente de la biblioteca. Y lo que escuchaste Alejandro, son solo cosas del trabajo que me tienen muy agobiado, no quiero que te sientas igual por ello no te lo he dicho.

Alejandro sintió una oleada de alivio, un alivio confuso y la semilla de la duda había quedado sembrada.

—Lo siento, supongo que me dejé llevar por el momento —se disculpó, aunque su mente aún daba vueltas.

Esa noche, Alejandro no pudo dormir. A pesar de las explicaciones de Mateo, las palabras tenemos que terminar resonaban en su cabeza. Movido por un impulso oscuro, decidió que debía actuar, para protegerse.

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