Lo primero que debemos tener en cuenta antes de ponernos manos a la obra, es saber qué tipo de bulbo vamos a elegir. Si optamos por los de floración temprana, como el crocus, el galanto o el eranthis, obtendremos sus flores a finales de invierno, y servirán de adelanto a los bulbos de floración tardía, que tardan un par de meses más, ya entrada la primavera. Estos últimos están compuestos por tulipanes, narcisos, nardos, jacintos y una larga lista de flores que podemos combinar para crear preciosos mosaicos dignos de un jardín imperial. Si queremos prolongar al máximo la presencia de colores, un buen consejo es plantar estos bulbos espaciando el tiempo, es decir, no colocarlos todos de golpe, sino dividir su plantación a lo largo de un mes. De este modo, no florecerán todos a la vez, y podremos disfrutar de sus flores durante más tiempo.
Primer paso: preparación de la tierra y colocación del bulbo
Una vez hemos escogido las variedades que vamos a plantar de bulbos, conviene asegurarse de que el bulbo está en buen estado. Para ello, palparemos su superficie para ver si es demasiado blando, y lo observaremos con detenimiento en busca de algún indicio de moho. Realizadas estas comprobaciones, es hora de preparar el suelo donde vamos a introducir los bulbos. El primer requisito es buscar una superficie poco húmeda, con un buen drenaje, ya que se pueden pudrir con facilidad.Si el suelo es demasiado arenoso o arcilloso, podemos seguir los consejos de Mercedes Úbeda, experta en jardinería de Bakker: "un suelo arenoso se puede mejorar mezclando la capa superior del suelo con compost. De esta manera el suelo será más coherente y podrá retener más agua. Un suelo arcilloso obtendrá una estructura más suelta al añadir compost, y por tanto será más ligero". Una vez hemos terminado con el suelo, llega el momento de colocar los bulbos. La separación suele venir reflejada en el envase, aunque si queremos que formen grupos compactos deberemos reducir un poco esa distancia.
En lo que respecta a la profundidad, podemos tomar como referencia el tamaño del bulbo, multiplicándolo por dos para saber la distancia idónea. Es decir, si mide cinco centímetros, una buena profundidad estaría entre los 10 y 15 centímetros. Debemos fijarnos además en sus raíces, para no plantar el bulbo al revés, especialmente en los de mayor tamaño.
Riego y abono de los bulbos
Con los bulbos ya plantados, ahora es el momento de cuidarlos lo mejor posible para que vayan creciendo con fuerza. Debemos regular los riegos en función del tipo de tierra donde los hayamos plantado, tal y como asegura la experta de Bakker: "la frecuencia del riego depende de la naturaleza del suelo: si es demasiado arenoso o pobre en humus se seca mucho más rápidamente que un suelo franco. Durante un periodo de sequía prolongada, regar regularmente sin encharcar la tierra".Si queremos reforzar nuestros bulbos, podemos utilizar abono orgánico, como el estiércol de vaca granulado. Una vez aplicado, no será necesario volver a utilizarlo hasta después de la floración, ya avanzada la primavera, momento en el que el bulbo comienza a acumular nutrientes de cara a la próxima temporada. Si tenemos intención de mantenerlo varios años, es suficiente con abonarlo en esta época. Si optamos por utilizar fertilizante artificial, debemos procurar que combine, de manera equilibrada, nitrógeno, fósforo y potasio.