Los jardines de Grandiflora

Lo prometido es deuda.  Cuando escribí Siguen las historias de zapallos, carrozas y parientes prometí continuar con la historia. Si ya leyeron los dos capítulos anteriores, habrán llegado hasta el punto en que suspendí poner semillas de cayotes, temerosa de que se apareciera una calabaza mutada en carroza y que me multaran por mal estacionada. Así que por un tiempito dejé que el jardín fuese jardín, pero envalentonada con eso de que está de moda mezclar arvejillas con arvejas, guisantes al fin, me dije que podía seguir con tranquilidad desvirtuando y combinando, total el paisajista que le había hecho un gran trabajo a la antigua propietaria de la casa que habitamos, con nosotros estaría desempleado y no vería en qué se había trasformado el cuidado césped, sus elegantes rosas y los hermosos árboles, invadido todo con mi impronta, pues pongo las plantas que me gustan y en los lugares que les conviene, pero que nos agrada a nosotros, ¡qué le vamos a hacer!, así que volví a las andadas y puse semillas, otra vez de cucurbitáceas que no logro comprar en cualquier verdulería. Otra expedición al Barrio Chino de Buenos Aires y regresé con dos especies que ni había visto ni había probado antes: 
pongo las fotos y pido por favor si alguien puede contarme algo de ellas. Sembré, germinó, dio flores, pero no zapallos o lo que fuese que yo había comprado. De paso les digo que son muy, pero muy ricas. Hasta pornto. Grandiflora