Siempre, desde pequeño, me sentí atraído por la naturaleza. En especial, por los animales. En aquellos años, los 60, los niños lo teníamos fácil, la naturaleza convivía con nosotros en la ciudad, pequeña y provinciana, pero ciudad. Recuerdo, con nostalgia, cómo compartíamos nuestros juegos en las calles, entonces se jugaba en las calles, con jilgueros, verderones, pardillos, chamarines, cernícalos primillas, grajillas, urracas, ... además de los consabidos gorriones y palomas. Todos teníamos en casa algún pobre pajarillo enjaulado al que cuidábamos con esmero. Y por las calles, algunas sin asfaltar todavía, no era raro toparse con alguna culebra o algún sapo. Insectos había "a manta" y alimentaban de día a cernícalos y, de noche, a mochuelos. Lagartijas y libélulas eran nuestras capturas en verano, en vacaciones.
Fue entonces cuando mi padre, un humilde artesano, compró, con muchos esfuerzos y muchos plazos, "la tele". Un televisor de marca alemana, en blanco y negro, con un gran transformador externo. Las emisiones empezaban, las que podíamos ver, por la tarde, después de la carta de ajuste. Me quedaba embobado viendo los programas en los que aparecía un señor joven, de verbo fácil y ampuloso, Félix, el amigo de los animales.
En particular, recuerdo un programa, EL PLANETA AZUL, por supuesto en blanco y negro. Ése fue el que me enganchó a Félix, el que despertó en mí la admiración y el respeto por la vida natural, por mis queridos bichos, por las plantas y los bosques.
Pero mi padre no se quedó ahí. Conocedor e impulsor de mis aficiones, se presentó un día en casa con una revista, un fascículo, envuelto en papel cebolla de un insípido color ocre, el primer fascículo de la Enciclopedia Salvat de la Fauna, por Félix Rodríguez de la Fuente y su equipo. Semanalmente acudía al kiosco a por el número correspondiente. Los devoraba ese mismo día y los leía y releía todos los días que restaban hasta que publicaban el siguiente. Durante varios años los estuve coleccionando. Cuando sacaban a la venta las cubiertas para encuadernar un tomo para mí era una fiesta, era como hacer cumbre, y no veía el día en que estuvieran todos los tomos en mi desnutrida, por entonces, estantería. Los conservo como oro en paño, en perfectas condiciones, y eso que es "mi libro de cabecera".
Pero ya no quiero escribir más. No quiero profundizar en lo que ha significado Félix para este país y para generaciones como la mía. Otros ya lo han dicho todo. Sólo quiero recordarle y seguir echándole de menos.
Vaya ahí mi homenaje en el 34 aniversario de su muerte, con un retrato de un gran lobo que pinté hace mucho. Un lobo al que suavicé las facciones para hacerlo más cercano. El símbolo de la lucha por la conservación de las especies salvajes. El gran, y escasísimo lobo ibérico: Canis lupus signatus.
En memoria de Félix. Por el lobo ibérico libre en nuestros montes, porque no se convierta sólo en un recuerdo.