Su cultivo comenzó a extenderse a mediados de los años 70, con grandes plantaciones en Estados Unidos, pero fue su llegada a Nueva Zelanda, ya en los 80, la que impulsó al kiwi a adquirir su fama internacional.
Sus hojas son alternas, simples, largas, redondas y caducas, de color verde claro en la zona trasera y más oscuro en la superior.
Sus flores pueden ser masculinas, femeninas y hermafroditas. Estas últimas poseen a la vez ginoceo y androce, los dos órganos sexuales, permitiendo su autoreproducción.
Si conseguimos que germine bien y florezca, el kiwi nos obsequiará con unos frutos en forma de cápsula loculicida, de piel oscura y vellosa. Su fruto es una fuente natural de vitaminas C y E, además de ser rico en fibra y bajo en colesterol.
Por si esto fuera poco, tiene efectos anticancerígenos, antioxidantes y refuerza las defensas de nuestro organismo (más sobre las propiedades del kiwi aquí).
Sabiendo ésto, es difícil resistirse a tener alguna planta de kiwi en nuestro jardín.
Pero debemos saber que puede tardar hasta siete años en dar su primera cosecha. Tendremos que ser pacientes.
Cómo se cultiva
A la hora de cultivar el kiwi, podemos optar por sembrar semillas o comprar las plantas en un vivero.
La primera opción es más lenta, ya que tendremos que lograr una buena germinación para conseguir ejemplares fuertes y resistentes.
Las semillas podemos obtenerlas directamente del fruto. Las esparcimos por una maceta convenientemente preparada con tierra rica en materia orgánica, y las regamos abundantemente, tapando la maceta con plástico transparente para conservar bien la temperatura.
Es importante dejar el contenedor en un sitio con luz, pero sin que incidan los rayos del sol directamente.
Cuando empiecen a germinar las primeras plántulas, sácalas con mucho cuidado y plántalas en un tiesto individual.
A partir de este momento, puedes dejar el kiwi en el exterior, pero ten cuidado porque las heladas fuertes pueden matarle si es demasiado joven.
Evita también temperaturas muy altas, ya que es una planta de clima templado y no le vienen bien los excesos. El rango de 20º C a 30º C es su preferido.
A medida que vaya creciendo, es conveniente sacarla del tiesto individual y plantarla cerca de un árbol o estructura que le permita ir trepando.
Es importante que esté protegida del viento, ya que puede convertirse en su peor enemigo. Busca un sitio cerca de una pared para ubicarla, será la mejor solución.
Procura que sea un suelo sin presencia de cloruros; a ser posible franco arenoso, es decir, que retenga poca agua y drene rápido.
Riega la planta con abundancia, especialmente en época de actividad vegetativa. Los expertos recomiendan el riego de microaspersión con baja presión, pero mide bien la cantidad de agua, ya que es sensible a la asfixia radicular.
Polinización del kiwi
Llegado el momento de plantar el kiwi, presta atención al sexo de cada planta. Si es hermafrodita, no tienes de qué preocuparte: ya se encargará ella sola de todo el trabajo.
Hay que tener cuidado con algunos kiwis autofecundables que venden en los viveros, ya que suelen ser simples machos. Lo mejor a la hora de plantarles es poner un macho por cada cuatro o cinco hembras. De esta forma, siempre se poliniza alguna.
Entre las 13:00 y las 17:00 horas es el momento en el que existe mayor cantidad de polen suspendido; por esta razón, el fruto del kiwi es muy sensible a la efectividad de la polinización anemófila o a través del aire, e influirá decisivamente en su forma y tamaño.
Consejos prácticos
Aprovecha el invierno para hacer la poda de formación.
Hay que ser paciente con el fruto del kiwi; no producirá en abundancia hasta pasado un mínimo de cinco años.
En verano, reduce las nuevas ramas hasta cinco yemas. Busca el brote más robusto para conducirlo por el soporte.
Es una planta muy resistente a plagas y enfermedades, pero conviene protegerla con una pequeña malla metálica de medio metro de altura.
El viento puede arruinar tu plantación de kiwis: préstale mucha atención.