Su entrada en el mundo de los bonsáis fue algo inesperado, tal y como nos relata Eloísa: "mi primer árbol fue regalo de mi marido en un aniversario, un maravilloso arce buergerianum sobre roca. Nunca había tenido nada parecido, y no tenía ni pajolera idea de como mantenerlo". Su experiencia en otros ámbitos de la jardinería le ayudó a sacar adelante este arce: "cuando vi que sobrevivía a su primer trasplante, que era capaz de podar sus ramas y que seguía vivo, ya no lo he dejado hasta hoy". Este reportaje es buena muestra de ello.
El ficus panda es un bonsáis que se ha adaptado perfectamente a las condiciones del clima madrileño, excepto durante el invierno que debe protegerse de las heladas. Eloísa tiene el suyo a pleno sol y lo riega de forma espaciada, y explica que " si se dejan crecer las ramas, llega a echar unos frutos redondos muy graciosos. Para mantener la forma, hay que pinzarlo en época de crecimiento, bastante a menudo".
Este almez o celtis australis es una de las últimas adquisiciones de Boli. Se siente muy orgullosa de él porque se ha adaptado muy bien a las nuevas condiciones del clima y del agua, ya que viene desde Valencia: "normalmente, cuando traigo un árbol, lo tengo protegido durante un tiempo hasta que se habitúa a su nuevo ambiente". En este ejemplar, destaca su nebari, con una buena ramificación.
El ficus panda es un árbol tropical que se ha adaptado perfectamente a las condiciones del clima madrileño, excepto durante el invierno que debe protegerse de las heladas. Eloísa tiene el suyo a pleno sol y lo riega de forma espaciada, y explica que " si se dejan crecer las ramas, llega a echar unos frutos redondos muy graciosos. Para mantener la forma, hay que pinzarlo en época de crecimiento, bastante a menudo".
Este almez o celtis australis es una de las últimas adquisiciones de Boli. Se siente muy orgullosa de él porque se ha adaptado muy bien a las nuevas condiciones del clima y del agua, ya que viene desde Valencia: "normalmente, cuando traigo un árbol, lo tengo protegido durante un tiempo hasta que se habitúa a su nuevo ambiente". En este ejemplar, destaca su nebari, con una buena ramificación.
Este tipo de árbol procede directamente de Japón, y lo que más llama la atención es el color de sus hojas: rojas en primavera cuando brota, verdes al madurar y doradas en otoño. Sobre sus cuidados, Boli asegura que "necesita humedad ambiente, tierra ligeramente húmeda y que el aire caliente no le toque las hojas, aunque en pleno verano es mejor sombrearle si el sol pega fuerte".
Los arces son una de las mayores debilidades de esta forera, aunque el año pasado tuvo una mala experiencia al transplantar casi todos utilizando turba negra. La mayoría no sobrevivieron y acabaron muriendo. Este arce palmatum, de la variedad ‘deshojo’, es uno de los pocos supervivientes. "Todavía me dan ganas de llorar cuando pienso en ello" confiesa Eloísa.
El malus o manzano es otro de los bonsáis que soportan muy bien el particular clima del centro peninsular, con inviernos muy fríos y veranos tórridos. Su rápido crecimiento obliga a Boli a pinzarlo y podarlo con frecuencia. Sus flores, preciosas, pueden llegar a convertirse en manzanas, aunque la forera advierte que "hay que tener cuidado y quitar parte de la fruta; si se dejara en el árbol, éste se podría agotar".
Esta azalea japonica también ocupa un lugar especial en el corazón de Boli, y es que son ya más de tres años los que lleva junto a ella. Durante el invierno pierde casi todas sus hojas, mientras que en verano no soporta bien el sol directo, ya que necesita mucha humedad. Con la llegada de la primavera, se llena completamente de flores, siendo uno de los bonsáis más espectaculares de la casa.
Esta azalea japonica también ocupa un lugar especial en el corazón de Boli, y es que son ya más de tres años los que lleva junto a ella. Durante el invierno pierde casi todas sus hojas, mientras que en verano no soporta bien el sol directo, ya que necesita mucha humedad. Con la llegada de la primavera, se llena completamente de flores, siendo uno de los bonsáis más espectaculares de la casa.
Otro de los arces de Eloísa es este precioso arce buergeriano o tridente, nombre que recibe debido a la forma de sus hojas, que presentan tres lóbulos en vez de cinco como suele ser costumbre. Respecto a sus cuidados, su dueña aconseja "humedad ambiente, orientación Este, transplante cada tres o cuatro años y, dependiendo de si las raíces llenan la maceta, tierra algo ácida".
Siguiendo con los bonsáis más robustos, llegamos a la serissa phoetida o árbol de las mil estrellas, de origen tropical, que recibe este nombre por la cantidad de diminutas flores que salen cuando florece. También destaca por el mal olor que desprenden sus raíces. A pesar de su aparente delicadeza, nuestra protagonista asegura "que está mejor fuera de casa que dentro, con la calefacción y la falta de humedad".
A pesar de su aparente fragilidad, este ejemplar de ginkgo biloba es un bonsái que soporta muy bien la vida en el exterior. No en vano se le conoce con el nombre de ‘árbol de los escudos’, debido a la forma de sus hojas. Se trata de la única especie vegetal que soportó la bomba atómica de Hiroshima. Eloísa tenía un bosque con otros cuatro ejemplares, pero los acabó separando dada su lentitud de crecimiento.
Como consecuencia de ese incidente, el tronco antiguo se secó, pero permanece unido al nuevo en forma de jin, dándole al árbol un aire majestuoso. En lo que se refiere a sus cuidados, Boli asegura que "hay que situarlo mirando al Este. Aunque soporta bien el frío y el calor, mejor que no le de el sol de medio día en pleno verano. Pinzarlo durante el crecimiento para mantener la forma y transplantar cada cuatro años"
Este ejemplar de tamarix viene directamente desde Valencia, y es uno de los bonsáis más exigentes en cuanto a sus cuidados. En invierno no aguanta las heladas del centro peninsular, y en verano es necesario refugiarlo a la sombra. Aún así, a esta forera le encanta "por su forma llorona y sus flores, un capricho especial". Para mantenerlo sano se debe abonar cada dos semanas en primavera y transplantarlo cada dos años.
Este precioso bosque de olmos es una pieza muy especial para Boli, ya que pertenecía a un maestro valenciano con el que tenía mucha amistad. La maceta está fabricada a partir de piedra de laja, por lo que moverla es muy complicado. Por suerte, es un árbol que se adapta muy bien a las temperaturas madrileñas. Nuestra forera confiesa que, para mantenerlo así, "basta con un riego moderado y abonarlo semanalmente en primavera".
Si tuviésemos que destacar un bonsái entre todos los que tiene esta forera, el zelkova u olmo chino sería el elegido."Es de los más antiguos, era un árbol diminuto cuando lo compré aquí en Madrid. Sufrió un grave accidente a los pocos meses de estar conmigo, lo dejé un fin de semana debajo de un olivo en pleno julio y, cuando volvimos a casa, el árbol estaba fuera de la maceta con las raíces al aire. Me siento realmente orgullosa de él".