El laurel es “polígamo”. Puede tener, al mismo tiempo, flores masculinas, femeninas y hermafroditas. La flor, pequeña y amarillenta, es reemplazada por una frutilla morada de una sola semilla del tamaño aproximado de una uva. Este árbol es cultivado en México, Estados Unidos y en algunos países mediterráneos, tanto por la utilización de sus hojas en cocina como por su uso ornamental.
La descripción física del laurel es interesante, así como los aspectos simbólico y anecdótico no lo son menos. En Grecia el laurel se conoce con el nombre de “Árbol de Daphne”, posiblemente debido a la remota leyenda mitológica que cuenta como Apolo asediaba incesantemente a la arisca ninfa Daphne, hasta que los dioses la convirtieron en árbol de laurel.
En la antigua Grecia y en Roma, las coronas de laurel eran otorgadas como símbolos victoriosos. Así, el galardón de los triunfadores en las Olimpiadas, que se iniciaron en el año 776 a.C. consistía sencillamente en una corona de laurel. De la misma manera, los poetas y los escolásticos de aquel entonces eran “laureados” con guirnaldas de hojas, ramas y frutillas de laurel cuando se les otorgaba algún reconocimiento por sus logros académicos.
El galardón de los triunfadores en las Olimpiadas, que se iniciaron en el año 776 a.C. consistía sencillamente en una corona de laurel.
En Roma el apreciado simbolismo de gloria del laurel, era tan sólo superado por el de sus efectos fetichistas. Se dice que el Emperador Tiberio profesaba una gran fe en la creencia popular de que las hojas del laurel eran una efectiva protección contra los truenos y los relámpagos; de forma que durante las tormentas eléctricas, se colocaba una corona de laurel en la cabeza y se escondía bajo la cama.
En tiempos bíblicos, tanto en Palestina como en el resto del Medio Oriente, el laurel debe de haber sido ya conocido y cultivado, pues se menciona en los salmos “… He visto al débil que al adquirir el poder, se ensancha como un verde árbol de laurel”. Este regio árbol, de verdor perenne, debe haber sido una excepción en una región tan árida y de tan pobre flora.
Sin embargo, a pesar de ser considerado como un árbol de buena suerte por sus poderes protectivos, en Italia había la creencia- superstición que aún perdurara en ciertos lugares de la provincia- que si estos árboles llegaban a secarse y morir, se debe esperar que una serie de calamidades y desastres azote la región. Esta creencia se reafirmó cuando en el año de 1629 calló una plaga destructora en Padua, después de que los árboles de laurel de la ciudad se habían enfermado y muerto.
La aplicación en cocina y el aprecio del aromático perfume de las hojas del laurel, nos lo ha enseñado la cocina francesa. Una o dos hojas secas en un guiso, un potaje o sobre un pescado cocido al horno, hacen maravillas por el sabor y la esencia del platillo terminado.
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Por Armand Dubois.
Publicado originalmente en Maria Orsini, el arte del buen comer. No. 18, Año 1989
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