Lógicamente hay muchos tipos de huertos comunitarios dependiendo del entorno, las circunstancias y, sobre todo, la motivación. Me gustaría, sin menospreciar ninguna otra posibilidad, centrarme en los proyectos orientados a la mejora social y económica de zonas desfavorecidas. Como ilustración y ejemplo práctico sirve a la perfección la asociación Verdes del Sur y el reportaje del estupendo programa de Canal Sur Tierra y Mar.
Sumándome a esto, me gustaría reunir algunas ideas que proyectan estas iniciativas más allá de las consecuencias más visibles e inmediatas:
Los huertos comunitarios contribuyen enormemente al desarrollo positivo y respetuoso de la comunidad: aportan mucho más que salud (de hecho, el cultivo de hortalizas se está utilizando ya en hospitales para contribuir a la recuperación de los pacientes); también traen empleo, concienciación medioambiental, dignidad, socialización y activismo comunitario. Los profesionales de la agricultura y la ganadería se quejan a menudo, y sabemos que con mucha razón, de lo poco que obtienen por su trabajo asumiendo, además, todos los riesgos. Los productos no son caros por su coste real (si nos fijáramos sólo en lo que ganan los productores), sino por una distribución y una comercialización deficientes o injustas, o ambas cosas. Promover la producción local a pequeña escala sería (además de mucho menos contaminante) un acicate para empresas próximas y para los profesionales de la zona para simplificar la distribución y abaratar los transportes. Sería muy positivo para los profesionales que una mayoría ciudadana valorara el esfuerzo asociado a la producción de alimentos naturales y se distanciara de intereses y presiones comerciales. Las grandes superficies tienen mucho poder de seducción, pero al final somos nosotros (o deberíamos ser) los que decidimos lo que compramos y podemos presionar para que esas mismas empresas se sensibilicen con su entorno y contribuyan a su desarrollo. Por supuesto hay que presionar también a las autoridades, que demasiadas veces temen las iniciativas ciudadanas, cuando deberían contar con ellas como su mejor baza.
El mundo rural sigue apagándose. Los agricultores, ganaderos, pastores, etc., apenas tienen relevo generacional. Al mismo tiempo, muchos jóvenes buscan una vida alternativa al estrés de la ciudad (es decir, sin agobios :), pero no cuentan con que, a pesar de los avances tecnológicos, van a tener que adaptarse a una forma de vida desconocida y a unas circunstancias laborales muy distintas. Estos proyectos de huertos rurales son una gran oportunidad para que posibles «neorurales» conozcan o descubran ese mundo, para contactar con profesionales y madurar ideas (recordemos que un huerto puede ir fácilmente asociado a otros muchos temas como abonos naturales, productos derivados, salud, bioconstrucción, energías alternativas, planificación de cultivos, cuidado de bosques…).
Cada día se tiran toneladas de comida por los largos transportes que sufren o por la única razón de que no son «bonitas», según unos cánones que no tienen nada que ver con la calidad del producto y que nos acostumbran a un concepto irreal y desagregado acerca de lo que comemos. Cada fruta, cada verdura es única e irrepetible, y las pequeñas imperfecciones son señal de que ha sido cultivada sin intervención artificial. Cada vez se invierte más en el aspecto exterior y menos en la autenticidad del producto. Participar de la creación de alimentos nos hace entenderlo, nos hace ver más allá de lo externo y agudiza nuestro olfato y paladar.
Una producción rentable, desde un punto de vista exclusivamente comercial, se consigue hoy en día casi únicamente con grandes superficies, caras maquinarias y, normalmente, ayudas administrativas. Pero una comunidad de personas con objetivos diversificados y ansiosos por mejorar su calidad de vida o buscar alternativas vitales también pueden dar mucho de sí. De lo que estoy hablando no es tanto de vivir de ello (aunque sí se da a menudo), como de obtener múltiples beneficios implícitos y contribuir a ese urgente cambio de mentalidad que nuestra sociedad tanto precisa: unas relaciones más auténticas, una vida más sana, unos valores menos materiales y una sociedad más concienciada. Las políticas agrícolas no deberían depender únicamente de las subvenciones que, a la larga, acabarán significando la condena a muerte del campo, sino de la adaptación de cultivos y productos al entorno específico donde se cultivan y con vistas a satisfacer necesidades reales.
Autor: Angel Palenzuela
Hortelano, docente y escritor.
Ha publicado el libro NO ME HABLES ASÍ sobre el lenguaje en los medios de comunicación.
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Fotos cedidas por Verdes del Sur