Las plantas tienen sus propios ciclos, y por ello deben ser respetados. Por norma general, las suelen desprenderse de sus frutos con la llegada del otoño, dejando esparcidas sus semillas por el suelo durante todo el invierno, para que éstas germinen con la llegada de la primavera, momento en el que las condiciones climáticas son las mejores para hacerlo.
Como vemos, las semillas 'esperan' durante el invierno para germinar, entran en una especie de letargo que les permite sobrevivir durante varias semanas antes de abrirse y comenzar una nueva vida.
Pero ¿qué ocurre si recogemos estas semillas antes del invierno y las metemos en casa? Lo más seguro es que se acaben secando si las guardamos en cualquier sitio, ya que las condiciones no son las mismas que si estuvieran a la intemperie.
Por eso, lo mejor es conocer las técnicas que te permitirán simular las condiciones del exterior, bien dentro de tu propio hogar o en algún rincón del jardín, para tener bien controladas las semillas en todo momento.
Escarificación: rompiendo su corteza
En ocasiones, nos encontraremos con semillas recubiertas por una membrana protectora que la flora bacteriana va desgatando poco a poco hasta liberar el embrión, momento en que comienza a penetrar el agua y la germinación se acelera.La vía rápida en estos casos, si no queremos esperar tanto tiempo, es practicar una pequeña incisión con un objeto cortante, teniendo mucho cuidado de no dañar el interior de la semilla.
También podemos optar por utilizar algún tipo de lija o material abrasivo para desgastar, con precaución, la membrana externa. El geranio es un buen ejemplo de planta que necesita este sistema.
Otro método muy distinto es el de inmersión. Consiste en dejar las semillas en un recipiente con agua caliente (entre 38º y 40º C) durante un día entero, para reblandecer la capa protectora y limpiar cualquier tipo de inhibidor químico, sembrándolas justo después del proceso.
En el caso de algunas especies muy concretas, como el guaje, se recomienda alternar inmersiones en agua hirviendo y agua fría, creando así un 'shock' térmico que despierta al embrión y permite su siembra tras de permanecer 24 horas en reposo.
Estratificación: engañando a la semilla
A la hora de simular las condiciones propias del invierno, podemos optar por almacenar las semillas en el exterior o en el interior de nuestra casa.Si optamos por hacerlo fuera, tenemos que ser conscientes de que necesitaremos una temperatura ambiental media de unos 8º C.
Lo primero, será cavar un hoyo de unos 70 cm. de profundidad, en una zona sombría, colocando en los laterales una pequeña malla metálica que impida el paso de roedores y otros animales que puedan comerse las semillas.
En el fondo colocaremos un puñado de grava, de unos 10 cm. de grosor, para conseguir un buen drenaje, y a continuación rellenaremos el hoyo mezclando, al peso, cuatro partes de sustrato por una de semilla. Cuando queden unos 15 cm. para llegar al borde, llenar con arena.
En el caso de que la temperatura exterior no sea lo suficientemente fría durante el invierno, o bien, si no queremos mancharnos las manos, también podemos utilizar nuestro frigorífico como improvisado invernadero.
En este caso, lo único que necesitaremos será una bolsa con cierre hermético, sustrato (fibra de coco, compost, akadama, etc.), semillas y una tartera.
Humedecemos la tierra con un pulverizador, sin excedernos, y la introducimos en la bolsa. A continuación, colocamos las semillas y las mezclamos bien con el sustrato, cerrando la bolsa con el cierre. Ya sólo queda guardarla en la tartera y meterlo en la nevera.
Cada 3 o 4 días es necesario abrir el recipiente y mover todo un poco, renovando el aire de su interior y humedeciendo la tierra cuando la veamos seca.
En el caso de que la estratificación sea cálida, el procedimiento será similar al anterior, sólo que esta vez dejaremos la tartera en algún rincón de la casa, a una temperatura media de 20º C.
A la hora de acelerar el letargo de una semilla, es importante informarse bien de qué sistema es más recomendable para hacerlo.
Además, debemos conocer el tiempo necesario que tendremos que conservar la semilla en frío o en calor, para hacerlo coincidir con el momento más adecuado para su siembra.
La mayoría suelen necesitar de tres a seis semanas en total para germinar, pero no siempre se cumple esta premisa.
Conviene revisar el estado de las semillas siempre que podamos para seguir su evolución.