Capuchina y habas en maceta
Mucho ha cambiado en El Huerto de la Discordia y mucho espero que lo haga. De principio hay que decir que me he mudado, con las consecuencias que eso trae. Y espero, si todo sale bien, volver a la publicación. Espero ganar mucho tiempo libre y dedicarle, aunque sea un poco, a este espacio verde.
Las gallinas ya no están, lo que no quiere decir que no haga un hueco para tratar temas relacionados. Y, por si alguien se lo pregunta, no me las comí. Una de ellas sufrió una herida trágica que no supe ver a tiempo, lo que le acabó provocando una infección que conducía inevitablemente a la muerte.
En sus últimos momentos, cuando ya no se podía hacer nada y el sufrimiento era patente, decidí sacrificarla. No fue fácil, al menos para mí. Sonará a tontería, pero le cogí gran cariño. Hay que tener en cuenta que solo tenía dos, por lo que sin querer, les conferí un pequeño estatus personal. Eran dos personas más de la casa. Por lo que en parte me animó a hacerlo. No me gusta ver a nadie sufriendo y menos a alguien con el que he compartido un tiempo y una pequeña etapa de mi vida.
La herida, que como dije no vi a tiempo, se le infectó. Me di cuenta porque la encontré extraña un día. Estaba en una esquina, desanimada. La animé a andar. Le tiré comida y cuando la cogí, descubrí una herida necrótica. Intente sanarla extirpando el tejido muerto. Lavando la herida. Dándole antibióticos. Pero todo fue en vano. Al final lo mejor era acabar con su sufrimiento.
Pero algo me enseño esa experiencia. Algo que no me esperaba. Y es que las gallinas, pese a ser animales básicos, también sienten. Quieren de algún modo. Durante algunos días, tras la muerte de la enferma, la gallina sana la buscaba. Andaba de un lado a otro en el espacio dividido que le cree a la recién fallecida.
La sana. Que aún lo sigue. Fue a parar a la finca de un amigo. Un buen amigo que sé que la cuidará como lo haría yo. Pero según él me cuenta nunca superó la pérdida de su compañera. Desde entonces no ha sabido integrarse en el grupo. Dice que vaga sola en el gallinero y muchas noches no quiere entrar en su caseta. Quien sabe si la muerte de la que durante algunos años fue su compañera le ha afectado. A algunos les sonará a chiste. Pero la naturaleza es más profunda de lo que parece.
En lo que se refiere al huerto, todo ha cambiado. Abandoné la finca de la casa en la que residía para mudarme a un piso. Eso sí, con terraza. Creo que no podría vivir en un piso sin nada de exterior (siempre y cuando me quede algo de elección).
Así que, negándome a abandonar aunque sea un poco de esta pasión, he decidido planificar de nuevo un huerto urbano. Así fueron los inicios de El Huerto de la Discordia. Unas macetas cutres en una terraza. Lo que por entonces se llamaba un maceto-huerto - aunque en mi caso fuera la versión cutre y sin dinero-.
Esta vez iba a optar también por la versión cutre. Mis recursos económicos no han mejorado. Pero encontré un solución barata que creo que funcionará. Tengo alguna ventaja. Mis lombrices de tierra producen ahora una buena cantidad de humus de excelente calidad. Cualquier planta crece vigorosa con semejante pócima orgánica.
Pero no adelantaré más. Este post ya es bastante largo. Espero no demorarme y empezar poco a poco a volver a arrancar este barco a la deriva.
Así que, bienvenidos al 2016.