Cuidar un huerto es una labor de ida y vuelta, de reciprocidad. Habrá quien tenga la suerte de disponer de un pequeño terreno, otros podrán organizar, en familia o con los vecinos, un huerto urbano, incluso merece la pena colocar estratégicamente unas macetas en la terraza o en el patio, terrones que nos darán plantas aromáticas para la cocina y que nos ofrecerán colorido y aromas desde rincones olvidados. En el huerto hacemos ejercicio, recuperamos el olfato y el paladar, mantenemos contacto firme con la tierra sin intermediaciones, de la misma manera que se ha hecho desde tiempos inmemoriales, recuperamos el tiempo de las cosas y la conciencia de vivir; quien se ha manchado las manos de tierra, quien ha visto crecer y desarrollarse aquello que ingiere, participa de lo esencial, del primigenio devenir. A partir de lo sencillo, reconocemos el misterio de los procesos vitales y nos amoldamos a los ciclos naturales. Qué banales pueden resultar tantas miserias cotidianas, tantos afanes dudosos, tanta preocupación artificial. Qué fácil es entender la vida y la muerte cuando nos regimos por los principios naturales y prestamos menos atención a lo superfluo; cuando, agradecidos a la vida, disfrutamos de lo esencial. Un huerto es un reposado y apacible sendero hacia nosotros mismos, un retorno a la propia identidad y sustancia, una lección de cuidado hacia nuestra esencia íntima; una ruta hacia nuestro huerto interior.
Autor: Angel Palenzuela
Hortelano, docente y escritor.
Ha publicado el libro NO ME HABLES ASÍ sobre el lenguaje en los medios de comunicación.