Claro ejemplo de ello es el trébol (Trifoliu), una leguminosa de alto contenido en proteínas que aporta un toque ligeramente ácido a las ensaladas. Sin saberlo, de niños solíamos comernos su flor de color rosa fuerte a la que llamábamos la flor del vino.
El también conocido como clóver es compañero ideal de plantón para coles y sus primos el brócoli y la coliflor, además del maíz o cucurbitáceas como el pepino, la calabaza o los melones. El trébol tiene capacidad de recuperar el nitrógeno en suelos agotados, ya que alberga en sus raíces bacterias fijadoras de este elemento. A su vez, el trébol también beneficia a las plantas vecinas mediante la estabilización de la humedad alrededor de sus raíces.
Solo tener en cuenta que los tréboles no crecen cerca de solanáceas (tomate, pimiento o berenjena).
Las ortigas urticantes (Urtica dioica) son plantas excelentes tanto para nuestro plato como para el jardín. Contienen numerosos nutrientes, entre los que se encuentran las vitaminas A, B y C y minerales como calcio, magnesio y zinc. De ahí que con ellas se elabore un buen abono para la tierra y hasta pesticidas caseros para diferentes males del huerto. Aunque haya que recolectarlas con guantes, hervidas o desecadas para infusión se pueden consumir perfectamente.
Contienen muchas propiedades medicinales y tradicionalmente se han utilizado para tratar dolencias como la artritis y las alergias estacionales.
Las ortigas atraen a las abejas y como cultivo acompaña bien al brócoli, el tomate, la menta o el hinojo.
El diente de león (Taraxacum) tiene mucho más que ofrecer que la diversión infantil de soplar las bolas algodonosas de semillas que de críos llamábamos abuelitos. La capacidad de sus raíces para romper el suelo duro y atraer nutrientes a la superficie beneficia a las plantas de alrededor sin competir con ellas. Atrae a las abejas y repele a las orugas, por lo que protege a los cultivos que son su objetivo. A los tomates y determinados granos les viene bien su compañía.
Las hojas jóvenes y las flores del diente de león son comestibles y deliciosas frescas en ensalada. Las mayores, debido a su amargor, se cocinan fenomenal al vapor o salteadas. Son ricas en hierro, potasio, beta-caroteno y vitaminas A, C y D. Además, tanto las hojas como la raíz se puede convertir en un maravilloso té desintoxicante. A los conejos también les encanta como complemento dietético.
Otra voluntaria a crecer en el jardín sin preguntar es la familia del llantén (Plantaginaceae), un grupo importante de "malezas" dentro de la medicina natural.
Si se retiran las nervaduras de las hojas frescas, se pueden consumir al vapor o en ensalada (las semillas también son comestibles). Durante miles de años las hojas de llantén se han utilizado con fines medicinales, tanto interna como externamente. Internamente, para combatir el colesterol, estreñimiento, diabetes, diarrea, hemorroides, indigestión, colon irritable, inflamación de riñón o vejiga, problemas de hígado, úlceras bucales y como tónico uterino. Y externamente, para tratar picaduras, eczema, psoriasis, cortes, heridas sangrantes, leucorrea, erupciones, dermatitis de contacto, dolor de muelas, úlceras, llagas frías, venas varicosas. En decocción, el jarabe de llantén se utiliza para paliar el catarro, la bronquitis y el asma, las gárgaras alivian las anginas y en colirio la conjuntivitis.
La pamplina común (Stellaria media) o hierba gallinera es otro estupendo ingrediente para las ensaladas. Alta en vitaminas A, D y B, así como en minerales como hierro, calcio y potasio, la pamplina se utiliza como un diurético, un supresor del apetito, remineralizante y como coadyuvante en el tratamiento del asma, la bronquitis o las alergias. Como crece muy rápido, es mejor controlar su cultivo para que no invada el territorio de otras plantas.
La verdolaga (Portulaca oleracea) es otra de las llamadas malas hierbas que se ha ganado su sitio en los fogones y en las despensas herbolarias. En ensalada o al wok, hojas y bayas contienen más ácidos grasos Omega-3 que ninguna otra verdura de hoja verde y es rica en vitaminas A, C y E y minerales esenciales como el hierro, magnesio, calcio y potasio. Tradicionalmente se ha utilizado para tratar trastornos gastrointestinales y picaduras en la piel de insectos o serpientes.
En la tierra, es buena compañía para el maíz, los tomates y los pimientos.
Como advertencia al horticultor, la verdolaga parece desplazar a los brotes jóvenes, por lo que es mejor cosecharla cuando crece cerca de estos.
La achicoria (Cichorium intybus) es otra planta que crece fácilmente de manera silvestre y cuyas aplicaciones culinarias son muy variadas. Ya es conocido el uso de las raíces como complemento cardiosaludable en el café. Además, sus flores, de sabor algo amargo, se consumen junto a quesos para crear un contraste en el paladar.
Crece en suelos bien drenados y soleados y la achicoria tiene acción depurativa, desintoxicante y diurética. Ayuda a la expulsión de gusanos intestinales y a cuidar el aparato digestivo, a mejorar los problemas cutáneos y a mantener el sistema nervioso equilibrado.
Fuente: Ecogaia
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