Mudarnos a este piso en el casco antiguo de Cartagena fue todo un acierto, no sólo por las vistazas al Foro Romano de las que os hablaba al comienzo de esta nueva etapa, sino porque por fin tengo el espacio, tiempo y luz necesaria para llenarlo de plantas como Dios manda.
Jamás de los jamases sospeché que esto de la jardinería se volvería una afición para mí.
De nuevo, los genes nos marcan más de lo que creemos.
Más de lo que una ingenua adolescente se atreve a aventurar mientras contempla a un padre feliz silbando canción tras canción, manguera en mano, regando cada árbol-arbusto-planta del jardín de la casa familiar de la sierra.
Y a una madre, que medio pirada, incita a un frenazo de emergencia sólo porque ha visto unas flores preciosas que desea recoger para hacer un ramillete o secar entre páginas de libros.
Ya me pasó con el tema de recuperar muebles de la basura...
La historia se repite.
No sé si este gusto por lo verde me viene de verlo en casa, o simplemente porque el tema estaba ahí y con el tiempo irremediablemente tenía que salir.
El caso es que últimamente disfrutaba tanto cuidando las 4 plantas que tenía en casa, que decidí llenar las jardineras vacías de los balcones.
Escogí fundamentalmente plantas aromáticas porque el olor que llega tras abrir la puerta del balcón da mucho gusto, además de porque añadir una hojita fresca a la comida es un auténtico lujo.
Menta, hierbabuena, albahaca, tomillo, perejil y romero que he tratado de agrupar según la necesidad de agua y luz.
Por ejemplo, el tomillo y el romero no necesitan de ser regadas todos los días ni de mucho sol. Pero en cambio, la menta, la hierbabuena y la albahaca requieren de estar más pendiente, un agüita un mínimo de días alternos y una posición especial para recibir sol.
Haber descubierto este nueva ocupación me ha hecho llegar a una conclusión bestial sobre mi misma: mi calidad de vida depende directamente de los metros cuadrados de mi casa ocupados por la clorofila.
Es decir, cuanto más ser vivo de color verde tenga a mi cargo, más plena me siento.
Además, confieso que adoro mirar mis propias plantas desde la calle, cuando estoy llegando a casa...
En mi caso, LA FELICIDAD ES DEFINITIVAMENTE VERDE.
¿La vuestra de qué color es?