Ante la típica pregunta sobre qué te llevarías a una isla desierta, las plantas tendrían su elección bastante clara. de allí, nace la importancia del riego y abonado. En otra palabras, se llevarían todo el alimento que pudieran, los minerales y nutrientes necesarios para poder crecer. Por otra parte, la exposición al sol y la luz que reciban también es muy importante, ya que de no recibir la correcta iluminación no podrían realizar la fotosíntesis.
El agua de la vida
Lo primero es saber sobre la importancia del riego y abonado a qué suelo nos enfrentamos y dosificar el riego en función de él. Habrá suelos que absorban mejor el agua y la retengan, otros que drenen peor o en los que el agua se seque muy pronto y apenas llegue a las plantas.
Este último caso es el de los suelos arenosos, por eso hay que regarlos bastante. No quiere decir que se riegue mucho y olvidarse hasta unos días después, sino que hay que prestarle más atención y regarlo todos los días un poco. Del lado positivo tienen que drenan muy bien y que, dada su porosidad, las raíces reciben más aireación.
Al contrario, los suelos arcillosos reitenen mejor el agua (aunque demasiado a veces). Esto quiere decir que drenan peor y que si se riega en exceso o la lluvia no cesa, se forman zonas de barro y encharcadas. Lo ideal es mantenerlo siempre un poco húmedo, sin dejar que se seque. Algunos remedios fáciles para mejorar la calidad del drenaje son: modelar el terreno con pendientes hacia donde no haya plantas, pinchar el suelo y mezclar con arena o turba, aportar materia orgánica o evitar el endurecimiento y que se compacte la superficie.
Según la planta que queramos regar, también deben tenerse en cuenta algunos consejos para regarlas correctamente. Los helechos, orquídeas y begoñas se riegan por inmersión, es decir, introduciendo la maceta en un recipiente con agua y esperar a que dejen de salir burbujas. Las drácenas y chefleras se riegan por arriba y directamente sobre la tierra (no sobre las hojas) pero sin que el agua remueva la tierra de alrededor del tallo. Y los ciclámenes, las violetas africanas o las marantas se riegan rellenando el plato de debajo de la maceta para que el agua sea absorvida por las raíces.
Consejos sobre el riego
Primero, hay que distinguir entre riego abundante, moderado y escaso. Abundante quiere decir que siempre mantengamos el suelo húmedo, moderado se refiere a que simplemente lo mojemos sin que llegue a acumularse el agua sobre la tierra, y cuando el riego es escaso es que dejamos que se seque la capa más superficial.
Sabiendo esto, se puede decir que en la primera fase de desarrollo de una planta el riego debe ser abundante (con excepciones). En épocas de calor y mucho sol es mejor regar poco a poco pero con más frecuencia, mientras que en los meses de invierno se suelen reducir los riegos. Para un mejor tratamiento del suelo, hay que distribuir el riego por zonas distintas cada vez y hacerlo con agua templada.
En cuanto a los instrumentos, cuando utilicemos una regadera es preferible regar donde hayamos plantado semillas o directamente en semilleros. En caso de que se quiera emplear una manguera y que dure lo máximo posible, las más adecuadas son las que van reforzadas con nylon. Al regar con maguera es importante controlar que el chorro de agua no se lleve ni desplace la tierra. Los aspersores son ideales para grandes superficies para las que no se dispone del tiempo necesario, y es más eficaz para regar las hortalizas.
El abonado
No sólo de agua viven las plantas. También necesitan contar siempre con un suficiente suministro de nutrientes. Es imprescindible, por tanto, abonar las plantas si lo que se pretende es verlas crecer de forma sana y vigorosa.¿De dónde reciben los nutrientes? De los terrenos bien abonados. Exceptuando algunos casos como cuando hablamos de la hidroponía, en general casi todas las plantas necesitan su dosis de abono como fuente necesaria de alimento.
Además del abono, en ocasiones puede ser necesaria una capa de acolchado que evite que el agua del riego y la lluvia se lleve los nutrientes. Se trata de una capa de materia orgánica que se vaya descomponiendo según aporta elementos nutritivos que enriquecen el suelo.
El tipo del suelo también condiciona el abonado. En los suelos arcillosos se retienen mejor las propiedades, así que no pasa nada por aplicar más cantidad de abono (no se desperdiciará). Por contra, en los que sean más arenosos, como los nutrientes minerales se pierden en la profundidad, es mejor utilizar fertilizantes de liberación lenta y que así se pierda lo menos posible. También es aconsejable echar pocas cantidades para no desperdiciarlo.