Días atrás, nació una Crepis (Crepis vesicaria o taraxacifolia) en el jardín, al lado del melocotonero y el granado, entre los narcisos ya casi marchitos.
Mi primera intención, lo reconozco, fue la de cargármela. La Crepis es una planta herbácea que inunda en primavera los campos, los bordes de los caminos, los terrenos cultivados y no cultivados de casi toda la península y los tiñe de amarillo.
Los agricultores y jardineros la consideran una mala hierba y la arrancan sin contemplaciones. Es lo que vi hacer desde pequeña y es lo que estuve a punto de hacer hasta que la tuve cerca y la observé con detenimiento.
Me fijé en su roseta de hojas basales profundamente divididas,
en sus hojas superiores, que intentan abrazar el tallo,
en sus flores de un color amarillo vivo y profundo, dispuestas en capítulos, desplegadas al sol como queriendo hacerle la competencia.
En su involucro doblemente coronado por brácteas, más largas las internas, más cortas y desplegadas las externas
Y pensé que mirado así, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, era hermosa y merecía ser indultada.
(Fotografías de M. Guerra de la Huerga)